Otra noche en blanco...
Y mira que estoy cansado, pero que no hay manera...
El caso es que hoy habré llegado al trabajo a eso de las nueve menos cuarto, y no he hecho más que currar. Y siguen saliendo duendes de la placa.
Realmente no son duendes, realmente es lógico todo lo que pasa. Al final, cuando vas rápido para hacer una prueba urgente, te dejas algún detalle, un ciclo de reloj, un pulso demasiado largo... Y ahí vas y la cascas.
Y luego van y te salen bytes de siete bits...
Pues nada. Que habré salido a eso de las ocho y media, reventado... y no me puedo dormir...
He dejado la tarjeta lista para hacer mañana una prueba, en cuanto llegue. A ver si por fin anda, y me puedo poner a toda leche a terminarla.
A mí me gusta hacer las cosas despacito, con mucho cariño. Me gusta darle ese puntito elegante a las cosas que hago, rematarlas bien, intentar que sean bonitas. Y a mucha gente le resultará extraño lo que digo. Maldita sea, este tío es un programador, ¿cómo cojones pretende que un programa sea bonito? Pues se puede.
Un programa, un código, puede ser bonito. Debe ser bonito. Debe estar bien estructurado, debe estar organizado, debe ser elegante. Las funciones, los procedimientos, deben ser concisos, que no compactos, y deben hacer cosas claras y definidas. Como si fueran las estrofas de un poema.
Lo malo, no puedes hacer poesía a toda velocidad. O sí puedes, pero necesitas un talento especial. Yo no soy así, yo funciono despacio. Pienso despacio. Y me gusta pensar despacio, coger las ideas, darles otra vuelta más. Otra perspectiva. Aunque sea para decir una estupidez. Pero si dices una estupidez, maldita sea, que sea tu estupidez. Inconfundible. Retorcida. Tuya. Aunque sea una estupidez. Pero es tu criatura.
Supongo que a mí lo que me gustaría es poder parir. Quién sabe. Pero quizá por eso, a mis criaturillas las quiero con todas mis entrañas. Y cuando las veo y están bien hechas, joder, pues me hincho de orgullo. A lo mejor se pueden hacer mejor, está claro, pero son lo mejor que yo he podido dar. Son mis hijos. Y cuando me sale alguno un poco tonto, porque no se han dado buenas condiciones para el embarazo, me da rabia. Yo podía haberlos hecho mejor, y no, no ha podido ser. Y los veo, y, joder, me entristezco. Pobrecillos. Su padre estaba tonto ese día...
Me gusta mi trabajo.
Realmente me gusta mi trabajo. Me gusta crear cosas. Me gusta pensar. Me gusta hacer las cosas lo mejor posible, porque si no lo hago así, no estoy siendo generoso, y no es justo.
Me gusta dar. Pero me gusta que me dejen dar.
Lo malo del trabajo es que a veces no te dejan dar. Estás presionado a hacer las cosas deprisa, sin pararte en los detalles, sin prestar atención. Y de algún modo, no me siento realizado, porque no es ese mi estilo. No es lo que yo soy, no es lo que puedo dar. Es como si fuera otra persona la que trabaja. Y se me olvida quién soy yo.
A ver si todo esto se acaba pronto...
Besitos...
El caso es que hoy habré llegado al trabajo a eso de las nueve menos cuarto, y no he hecho más que currar. Y siguen saliendo duendes de la placa.
Realmente no son duendes, realmente es lógico todo lo que pasa. Al final, cuando vas rápido para hacer una prueba urgente, te dejas algún detalle, un ciclo de reloj, un pulso demasiado largo... Y ahí vas y la cascas.
Y luego van y te salen bytes de siete bits...
Pues nada. Que habré salido a eso de las ocho y media, reventado... y no me puedo dormir...
He dejado la tarjeta lista para hacer mañana una prueba, en cuanto llegue. A ver si por fin anda, y me puedo poner a toda leche a terminarla.
A mí me gusta hacer las cosas despacito, con mucho cariño. Me gusta darle ese puntito elegante a las cosas que hago, rematarlas bien, intentar que sean bonitas. Y a mucha gente le resultará extraño lo que digo. Maldita sea, este tío es un programador, ¿cómo cojones pretende que un programa sea bonito? Pues se puede.
Un programa, un código, puede ser bonito. Debe ser bonito. Debe estar bien estructurado, debe estar organizado, debe ser elegante. Las funciones, los procedimientos, deben ser concisos, que no compactos, y deben hacer cosas claras y definidas. Como si fueran las estrofas de un poema.
Lo malo, no puedes hacer poesía a toda velocidad. O sí puedes, pero necesitas un talento especial. Yo no soy así, yo funciono despacio. Pienso despacio. Y me gusta pensar despacio, coger las ideas, darles otra vuelta más. Otra perspectiva. Aunque sea para decir una estupidez. Pero si dices una estupidez, maldita sea, que sea tu estupidez. Inconfundible. Retorcida. Tuya. Aunque sea una estupidez. Pero es tu criatura.
Supongo que a mí lo que me gustaría es poder parir. Quién sabe. Pero quizá por eso, a mis criaturillas las quiero con todas mis entrañas. Y cuando las veo y están bien hechas, joder, pues me hincho de orgullo. A lo mejor se pueden hacer mejor, está claro, pero son lo mejor que yo he podido dar. Son mis hijos. Y cuando me sale alguno un poco tonto, porque no se han dado buenas condiciones para el embarazo, me da rabia. Yo podía haberlos hecho mejor, y no, no ha podido ser. Y los veo, y, joder, me entristezco. Pobrecillos. Su padre estaba tonto ese día...
Me gusta mi trabajo.
Realmente me gusta mi trabajo. Me gusta crear cosas. Me gusta pensar. Me gusta hacer las cosas lo mejor posible, porque si no lo hago así, no estoy siendo generoso, y no es justo.
Me gusta dar. Pero me gusta que me dejen dar.
Lo malo del trabajo es que a veces no te dejan dar. Estás presionado a hacer las cosas deprisa, sin pararte en los detalles, sin prestar atención. Y de algún modo, no me siento realizado, porque no es ese mi estilo. No es lo que yo soy, no es lo que puedo dar. Es como si fuera otra persona la que trabaja. Y se me olvida quién soy yo.
A ver si todo esto se acaba pronto...
Besitos...
2 Comentarios:
El 7/03/2007 8:13 a. m., se hizo el silencio, y Anónimo profirió…
Yo sí que te comprendo. No hay nada como un código bonito. Afortunadamente, donde estoy ahora mismo, tengo la oportunidad de dedicarle el tiempo que se merece al código, aunque, eso sí, sea para arreglar la porquería que otros han dejado :-/ No me cansaré de recordar aquella famosa práctica de "Simplex", ¿verdad? :-) Al final los tres recurrimos a código automodificable como única forma de disminuir el número de instrucciones (sin haberlo hablado de antemano) Mismo problema, solución elegante :-)
El mundo de las consultoras es lo que tiene. No se trata de entregar cosas bien hechas, sino de entregarlas cuanto antes para hacer caja y pasar al siguiente proyecto.
Que te sea leve y que acabe cuanto antes esta pesadilla :-)
El 7/03/2007 9:16 a. m., se hizo el silencio, y El Mario profirió…
A mí las que me gustaron fueron las del Motorola 68000, en concreto una de un laberinto, que os bajé veintipico instrucciones haciendo una función recursiva...
Qué bella asignatura... :)
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